Los Tesoros del Mago
Elreth el elfo esperó a que todos se quedasen dormidos para poner en marcha su plan. El grupo dormía todo lo cerca posible del tesoro; dejando claro, sin decirlo, que en el fondo no se fiaban los unos de los otros. La enana barbuda y el orco habían sacado el cofre lleno de oro a pulso de la cueva y, ahora, tenían cada uno un brazo por encima de él mientras roncaban. La humana estaba siendo algo más sutil; todo lo sutil que podía ser una durmiendo abrazada al arco y al carcaj de flechas.
La cuarta persona que dormía entre ellos iba a hacerlo para siempre: el mago del grupo había perecido en aquella mazmorra a causa de un desafortunado pinchazo con un tenedor en un ojo; tenedor que había sido blandido por un goblin demasiado fuerte para su estatura y demasiado bien hablado para lo sucios que llevaba los dientes. Había camelado al mago para que se agachase a que le contase un secreto, y el resto era ya historia. Su cuerpo yacía junto al cofre, como si fuera parte del tesoro, y Elreth suponía que era cierto, en parte. Todos los objetos mágicos del mago seguían con él. Cada miembro del grupo tenía una idea de lo que se podría hacer con toda la chatarra que llevaba encima y, por no comenzar a pelear por ella estando todos al borde de la muerte, el cadáver tenía muchos más objetos mágicos de los que necesitaba un muerto que no había sido traído de vuelta por una nigromante.
Las cosas así, Elreth no podía dejar pasar la oportunidad de echarle el guante al saco sin fondo que descansaba en el suelo, colgando del cinturón del mago. Siendo el que mejor había salido parado de todo el asunto de la cueva y los horribles bichos verdes, al resto no les había quedado otra que acceder a que hiciese la primera ronda de vigilancia y echarse a dormir. Ahí estaba su oportunidad. Siempre conseguía salir airoso de cualquier situación gracias a su sigilo y aquella no iba a ser diferente. Se acercaría, cogería lo que le interesara de dentro de la misteriosa bolsa y volvería a dejarla en su sitio.
Pero resultó que aquella vez, a pesar de lo habilidoso que era, por culpa de la mala suerte, la jugada no le salió tan bien como siempre. Mientras andaba de puntillas entre sus compañeros dormidos, pisó una pequeña ramita, haciendo que la humana abriese los ojos al escuchar el sonido. ¡¿Cómo podía haber una rama exactamente en el lugar en el que había puesto los pies?! ¡Había estado prestando atención! Pero allí estaba la rama, nada podía hacer, y la humana ya estaba apuntándole con el arco cargado.
Lo que le faltaba.
—¡¿Se puede saber qué narices haces?! —le preguntó, y Elreth la mandó callar, porque iba a despertar al resto. Por suerte, la enana y el orco debían de estar bloqueando el sonido con sus horribles ronquidos, porque sino era imposible explicar cómo es que no se habían despertado con los gritos.
—¡No levantes la voz! Vas a despertar al dúo de brutos —ella asintió, y se levantó de su saco sin dejar de apuntar al elfo, la flecha orientada de manera en la que, si él fuese a intentar atacar y consiguiera herirle, la flecha lo atravesase sin necesidad de intentarlo siquiera—. ¿Puedes dejar de apuntarme con eso, por favor?
—Ni hablar —fue la cortante respuesta de la humana—. Intentas robar la bolsa infinita del mago, ¿verdad?
—Se llama el saco sin fondo —le corrigió el orco, hablando en sueños, sin realmente enterarse de la conversación porque estaba dormido.
—Ya me habéis entendido todos. Estabas intentando robar el saco sin fondo.
—Sólo iba a mirar qué había dentro —ella frunció el ceño, como si no se creyese ni la mitad. No podía culparla—. ¿Qué? ¿Acaso no te da curiosidad? Seguro que dentro tiene algo de mucho más valor que lo que lleva encima, y por eso lo tenía ahí guardado.
La humana parecía estar sopesando sus palabras, y bajó un poco el arco.
—Sigue hablando, elfito.
—Bien, vale. Seguro que el mago llevaba cosas interesantes en la bolsa que no quería enseñarnos. ¿Que no?
—Ve al grano.
—Bueno, bueno. Vamos a la bolsa, la abrimos, cogemos lo que nos parezca interesante y lo enterramos. Después ya volveremos a por ello, y ese par no sabrán jamás qué salió de esa bolsa.
La humana lo miró con los ojos entrecerrados un segundo antes de contestar, bajando el arco por completo.
—Venga, dale, rápido. Y más vale que esos dos no se enteren.
Pero, increíblemente, y a pesar de que no se habían despertado con los gritos antes, el orco y la enana sí que lo hicieron con los suaves pasos de la humana al acercarse al mago.
—¡Estáis intentando sacar los objetos del saco sin fondo para enterrarlos por ahí sin decir nada y fingir que ni siquiera existían! —gritó la enana, levantándose de un salto blandiendo el hacha.
—¡¿Y tú cómo puedes saber eso?! —le contestó el elfo, enfadado—. ¡Estabas dormida! ¡Sólo parece que estamos toqueteando un poco el cadáver!
—Si vamos a empezar a ponernos así —interrumpió orco, quitándole el gorro al mago—, yo me quedo con ese gorro tan chulo que lleva puesto.
Repentinamente, unos sonidos lejanos interrumpieron la discusión que estaban manteniendo. Elreth fue capaz de distinguirlos enseguida, y no le hizo ninguna gracia lo que escuchaba.
—¿Son gallinas? —preguntó el orco, que estaba claro que no tenía el oído fino aquél día.
—Son lobos —le aclaró el elfo—. Y están cerca. Vamos a dejar el cadáver del mago para que se entretengan y salimos corriendo.
—¡No me jodais, no podéis hacerme eso! —gritó el fantasma del mago desde una esquina, pero el grupo lo ignoró. Se miraron entre ellos durante unos segundos, y después se lanzaron encima del cadáver, peleándose por las cosas que llevaba encima—. ¡No podéis dejar mi cadáver ahí tirado para que se lo coman los lobos! ¡Podéis intentar revivirme o algo! ¡Llevo un año jugando este personaje!
Nadie le hizo ni caso, demasiado ocupados peleándose por sus cosas.
—¡Coged todo lo que podáis antes de que los lobos acaben de comérselo entero!
Sentada en su silla y mirando cómo el resto lanzaban dados para pelearse por las cosas de su pobre personaje, la chica le lanzó una mirada al máster, que se encogió de hombros.
—Yo que tú me iba haciendo otro personaje —le dijo, y le pasó una hoja de personaje, vacía—. Estos lobos han sacado un crítico en despedazar el cadáver.
Por Nahikari Diosdado