Una compra inteligente
—¡Aquí, aquí, valiente aventurero! Dispongo de lo que busca y, sobre todo, de lo que no sabe que necesita.
Alen se aguantó las ganas de suspirar cuando escuchó a la tendera llamarlo a voces desde su puesto. ¿Por qué tenía que haber vendedores ambulantes en las esquinas más oscuras e insospechadas? Estaba harto. Pronto comenzaría a llover, así que sólo quería encontrar a la jefa y marcharse de allí cuanto antes.
Se acercaría a excusarse de forma amable, como mozo bien educado que era, y después se marcharía lo más rápido posible.
—Puedo ofrecerte lo mejor del reino, muchacho. Desde mapas del tesoro a collares que pertenecieron a princesas, pasando por plantas legendarias —explicó la mujer con tono conspiranoico, levantando mucho las cejas—. Pero tengo aquí un artículo tan exclusivo que no podrás resistirse a comprar.
—Va a tener que disculparme, señorita. Mi jefa es muy estricta en cuanto a los gastos, dudo que algo así le interese.
—¿Que yo qué?
Mierda, lo que faltaba.
La tendera pareció sorprendida e incluso intimidada durante un instante, aunque enseguida recobró la compostura. Alen no podía culparla; Lyne era una de las caballeras más reconocidas de su reino, y aunque no lo hubiera sido su armadura brillante y enorme espada asustaban a muchos sin intentarlo siquiera. Era fuerte, valiente y echada para adelante como ninguna, pero cuando de baratijas estúpidas y sin valor se trataba…
—Intentaba contarle a su escudero… —La tendera bajó la voz e hizo un gesto con la mano para que la caballera se acercara—. Sobre la piedra mágica de la que dispongo.
Lyne abrió la boca pero no dijo nada. Los ojos se le habían abierto mucho, con curiosidad, y una sonrisa comenzaba a asomar en sus labios. Alen supo que estaban muy jodidos, tanto él como la bolsa llena de monedas que traían.
—¿Piedra mágica?
La tendera asintió, girándose para coger algo que tenía escondido. El escudero aprovechó para intentar que las cosas no se desmadrasen demasiado.
—Jefa, jefa —le susurró—. Nos está intentando estafar. Está claro que no existe algo como una piedra mágica. Y de existir no la tendría esta mujer con pinta de pirata.
—Tú espera a que nos la enseñe. ¿Crees que no soy capaz de distinguir una piedra mágica de una no mágica? Por favor.
—¡Aquí está! —La tendera sacó una cajita de bronce con pinta antigua. Se hizo de rogar mientras la abría, moviendo la cabeza de un lado a otro de forma rara, posiblemente para crear misterio y expectación. Alen pensó que era lo más estúpido que había visto en tiempo, pero con Lyne parecía estar funcionando—. La piedra mágica de Omit Nu, capaz de controlar el tiempo.
—¿Se puede viajar en el tiempo con ella? —preguntó Lynne.
—No, no. Me refiero a que puedes hacer que llueva, nieve, haga sol… Mírala.
Dentro de la caja había una piedra gris con pinta de ser corriente y moliente.
—Parece una piedra normal —dijo Lyne, como si le leyese la mente al escudero. Alen ya daba saltos de alegría por dentro, quizás podrían salir de allí con los bolsillos aún llenos.
—Lo parece, por supuesto. Eso no significa que lo sea. Sostenla, por favor, y comprueba por ti misma su poder.
—Bueno…
Lyne no parecía muy convencida mientras sostenía la piedra y la agitaba de un lado a otro.
—Ahora debes concentrarte en ella. Insuflarle tu fuerza. Entonces funcionará. En una muestra de supina estupidez la caballera cerró los ojos y sostuvo la piedra con las dos manos, como si fuera sagrada. Alen se aguantó las ganas de rodar los ojos y suspirar. A ver si aquel espectáculo patético terminaba pronto. Entonces, comenzó a llover.
—¡Increíble! —exclamó la caballera, levantando la piedra por encima de su cabeza—. ¡Es mágica! ¡Puede controlar el tiempo!
—¡Y eso no es todo! —gritó la tendera de vuelta, alzando las manos al cielo—. ¡También tiene Byffidush!
—¡¿Y eso qué es?! ¿Un encantamiento que me protegerá de los malos espíritus?
—Significa que es buena para el tránsito intestinal. ¡Cómprela ahora y llévese esta segunda piedra de regalo! ¡Sin coste adicional! La caja no viene incluída.
—¡Me la quedo! ¡Tome todas mis monedas!
—¡Bueno, ya vale! —explotó Alen, harto de chorradas—. Jefa, esto es un timo. Ha empezado a llover por casualidad, ¡el cielo ha estado oscuro durante horas!
—Y, casualmente, empieza a llover cuando tu jefa le ha insuflado energía a la piedra mágica —contestó la tendera, con sarcasmo—. Claro, menuda casualidad.
—Alen —dijo Lyne, sería—, ¿te pago para que me lleves la contraria?
—No, jefa, pero…
—Pues ya está. Esta piedra es claramente mágica. No se hable más. La compro inmediatamente.
Las mujeres intercambiaron monedas por piedras con una enorme sonrisa en la boca, satisfechas. A Alen no le quedó otra que resignarse a cargar con otra baratija. Pondría la piedra entre la daga de la resurrección y el anillo de invisibilidad.
Cuando el dúo se alejó por el camino para resguardarse de la lluvia, la tendera se estiró con ganas y se acomodó bajo el toldo de su tienda, contenta.
—Estos aventureros han sido huesos duros de roer, pero han tomado la decisión correcta —se dijo sí misma, asintiendo. Metió la mano en el saco lleno de piedras que guardaba bajo la manta y cogió una al azar para ponerla en la caja de bronce. Todo listo—. ¡Aquí, aquí, valiente aventurero! Dispongo de lo que busca y, sobre todo, de lo que no sabe que necesita.
Por Nahikari Diosdado Bua